Hoy abundan los prostíbulos de carretera con no menos de veinte chicas de diversas nacionalidades, donde la relación es puramente comercial. El cliente se sitúa en la barra, pide una consumición, y casi de inmediato es abordado por una de las chicas que en cuestión de minutos consigue al menos una invitación, o en caso contrario, cambia el objetivo hacia otro posible cliente. Los clientes que acceden a invitar a una chica, rápidamente se convierten en un nuevo objetivo al que se le reclama “subir a echar un ratito” o “hacer el amor” o como quiera que cada una le quiera llamar de una forma mas o menos directa a una relación sexual.
Hubo un tiempo, en que abundaban los llamados clubs de alterne, los cuales estaban atendidos por unas chicas, generalmente no mas de cuatro o cinco, que no “subían” a hacer el amor, sino que sólo te ofrecían compañía, escuchaban tus penas o alegrías, aguantaban tus bromas, y se dejaban tocar hasta un cierto punto, a cambio de una copa de dos mil de las antiguas pesetas, o un benjamín de tres mil en reservado.
Mi relato se centra en uno de esos clubs de alterne a los que yo frecuentaba en esa época. Tal vez por mi timidez para buscar compañía, o quizás por mi urgencia para encontrarla, el caso es que solía buscar las luces azules, rojas y amarillas para llenar mis noches de soledad.
Era un club pequeño, aislado, en una carretera de segundo orden, cercano a una población de tamaño mediano, en algún lugar de Galicia, donde me encontraba desplazado por motivos de trabajo lejos de mi mujer y mis hijos.
La primera vez que entré, ella me recibió con una sonrisa y una familiaridad que sólo puede ser de un alma gemela y como no podía ser de otra manera, entramos en conversación como si se tratara de dos amigos que no se ven desde hace tiempo. No era excesivamente guapa, aunque tampoco se puede decir que fuera fea. Tenía un cuerpo esbelto, atractivo sin estridencias, lo cual remarcaba con una ropa discreta.
La conversación fue discurriendo fluidamente, sin necesidad de pararse a pensar que es lo que planteo ahora, sino mas bien al contrario, escuchando atentamente lo que ella dice y observando como ella te escucha atentamente, mientras los temas de conversación se suceden y enlazan.
Al principio, yo esperaba la propuesta de invitación, que no llegaba y al poco tiempo, estuve a punto de ser yo quien se la hiciera, pero me contuve para comprobar hasta que punto estaba interesada en la conversación, que había olvidado el motivo real de su presencia en el establecimiento. Como quiera que pasaban los minutos, después de casi una hora, le pregunté directamente que porqué no me pedía una copa y me contestó que estaba tan a gusto conversando, que no quería que una propuesta comercial rompiera el encanto. Por supuesto que la invité y la invité al reservado, donde seguimos conversando sin que yo me atreviese siquiera a tocarle algo que no fuesen las manos, como si de la primera cita de dos enamorados se tratase, de la misma forma que ella no quiso proponerme que la invitase, yo no quise darle la impresión de que sólo me interesaba su cuerpo.
Después de aquella visita vinieron otras visitas, al principio mas espaciadas y después a diario y los temas de conversación no se terminaban nunca. Y después de algunos días, comenzaron los roces y después los tímidos besos que se fueron transformando en besos apasionados. Poco a poco, cada vez con más fuerza, surgió la necesidad de un contacto físico mas profundo y yo estaba a punto de pedirle que nos viésemos fuera del club, cuando ella me dijo que tenían una habitación con una cama que usaban a veces para quedarse a dormir y que quería que allí le hiciese el amor. Lo dijo como una explosión contenida. Con urgencia. Como algo que se ha pensado mucho tiempo y que ya no tiene espera una vez tomada la decisión.
Por primera vez, pude ver su cuerpo desnudo, blanco y frágil y lo recorrí con mis labios concentrándome en darle placer, sin prisas, parte por parte, por su cuello, por sus pechos, por su vientre, por su sexo. Y la penetré. Y dejé que ella se penetrara sobre mí. Y escuché sus gemidos de placer notando sus orgasmos. Y me vacié en su interior hasta quedar exhausto.
Después de aquella experiencia, tuve que ausentarme durante unos días y no pude volver a verla hasta mi regreso. Cuando volví, esperé con impaciencia el momento de reencontrarme con ella hasta la hora habitual de apertura del establecimiento. Ella ya sabía que ese día era el día que volvería y me estaba esperando. Al entrar, no la vi en la barra, donde solía estar habitualmente y la busqué por todos los rincones hasta que la vi, con gesto serio, en la semioscuridad.
Al acercarme, comprobé que unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas y no me dejó siquiera hablar. Me dijo textualmente: “Por favor, quiero que te marches y que no vuelvas a verme. Me estas haciendo mucho daño y tu te lo estás haciendo también, porque lo nuestro no va a ninguna parte”. Me acerqué, la abracé, le di un beso en la mejilla y me marché.
Desde entonces, no he vuelto a verla más.
Este relato ha sido escrito por: Perseo
Este relato ha sido escrito por: Perseo
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