domingo, 7 de febrero de 2010

Presentación de La voz en la memoria en Madrid

.


El día 16 de febrero se presenta en Madrid el poemario La voz en la memoria de Ricardo Fernández Moyano.

Presenta el libro el poeta y escritor Ángel Guinda con la intervención de Mónica López Bordón, Agustín Porras y José Cereijo.

Casa de Castilla-La Mancha, C/ Paz nº 4, (metro Sol) a las 19'30 h.

Os esperamos.
.

miércoles, 13 de enero de 2010

La despedida

Después de tanto esperar, se vió por fin el humo negro de la locomotora que se acercaba a la estación. En ella no había nadie, solo dos personas; una de ellas era un hombre alto y delgado que vestía un traje gris oscuro. El otro era de baja estatura, algo tímido en apariencia y vestía un traje oscuro con sombrero al tono.
Esa estación estaba situada al norte de la provincia donde había un pueblo pacífico y trabajador. El día sin nubes observó claramente como esos hombres subieron al tren y de manera muy tranquila se sentaron enfrentados a un lado de la ventanilla. El hombre alto, que iba de espalda a la locomotora observaba los paisajes con un aire de melancolía pero a la vez su rostro algo pálido no reflejaba preocupación. Su compañero, amigo de los extensos díalogos, le hacía preguntas sobre su familia y sus amigos. Pero al ver que aquel sólo le respondía con breves acotaciones, comenzó a contarle que a pesar del lugar a donde iban y donde la siesta es irrevocable, no le preocupaban los horarios porque él era su propio jefe.

La tarde estaba llegando al crepúsculo cuando el tren arribó a la estación de destino. Estos dos hombres, que poco parecían conocerse y que tampoco muchas intenciones de hacerlo tenían, bajaron del tren y comenzaron a caminar por un paraje desolado. Llegaron hasta un grupo de personas, que algo apenadas y entristecidas y mientras caminaban a paso lento, parecían no darse cuenta de los dos hombres foráneos. Esas personas entraron en un cementerio y se juntaron con los familiares y amigos del difunto a punto de darle sepultura.
Ellos dos, un poco más alejados observaban todo, mas aún el hombre de más altura que miraba a esas personas con un dejo de pena y lejanía a la vez. El otro, el más bajo y de sombrero, le pidió a su compañero que se acerque al entierro para ver a sus familiares más de cerca antes de emprender el último viaje.

Alejandro López Cánepa 2005

miércoles, 6 de enero de 2010

IFIS


La luna ensimismada en su belleza, iluminó la noche, sin notar aquella tenue luz, casi inapreciable. El viento silbó su canción nocturna, sin oír aquel sollozo, casi imperceptible. Aquel viejo árbol permaneció sereno, compartiendo la tristeza que albergaban sus ramas. Hubiese deseado marchar, si sus raíces se lo permitieran, empero enfrentó su destino y silenció sus lágrimas; ya eran demasiadas corriendo por su savia. Era demasiado grande su responsabilidad, aceptada y elegida desde antes de los tiempos; y la que perduraría mas allá del mismo. Pues era él, la conjunción de todas las plantas; las conocidas y las por conocer. Era roble y era junco; era sauce y también era rosa; era helecho y era álamo. Cada rama, una hoja disímil; cada instante una flor lo embellecía; en cada alba y ocaso, era verde su follaje. Y fue tal su importancia, como origen y principio, que opacó su beldad tornándose invisible, a los ojos vulgares, a las miradas corrompidas.

Un gran árbol, doblegado por una tristeza que no le pertenecía; y la había hecho tan propia, que de poseer alma, yacería marchita, yacería sin vida. Todo ese dolor, que desde hacía tantos solsticios se iban transformando en propio, le pertenecía a ella, un hada caída. Quien no crea en hadas, jamás podrá leer su historia, tallada con lágrimas en este viejo árbol. Su cárcel.Silenciosa, ya sin voz, ya sin canto. Pequeña como su esperanza, frágil como su cordura. Su larga cabellera, otrora blonda, otrora fuego, acaecía parda como una hoja de otoño. Su cuerpo, perdía la capacidad para cambiar de apariencia, de volverse etérea. Su piel aún poseía ese color azulado, como un trozo de cielo, reposando sobre un árbol. Sus ojos lilas, lavados por lágrimas, eran ya olvido, eran ya gris desconsuelo. No quedaban vestigios de sus brillantes alas, el tiempo se las había despojado. Una luz brillante se desprendía de su cuerpo, un haz de luz que se ahogaba. Su llegada, sucedió de la nada, una mañana de primavera y sabiendo, no se marcharía. Así los presentó el destino y se conocieron sin preguntas, no eran necesarias las palabras. Así supo su historia y su condena.

Seres mágicos, ángeles rebeldes expulsados del edén, antiguas divinidades, almas de niños fallecidos, hadas. Criaturas benignas y alegres, amantes de la música y la naturaleza. Un linaje que sólo los puros de alma, podrán aspirar a conocer.

Un hada condenada que necesitaba expiar su tristeza. Se arrodilló sobre la rama de un fresno, mientras las hojas de un ciprés jugaban con su cabellera. Deshizo un manojo de hierbas y tomó un puñado de polvo, entre rojizo y dorado. Lo esparció por el aire hasta que comenzó a dibujarse su historia.

Una mañana de hacía tantos soles atrás, la vio nacer. La cobijó una cuna de pétalos de rosas y jazmines, las que le ofrendaron su aroma y la impregnaron para toda la eternidad. El sol le obsequió uno de sus primeros rayos para dorarle la cabellera. La naturaleza conjuró un hechizo y le otorgó su nombre, Ifis. La noche le prestó una lluvia de estrellas para velar su sueño. La sonrisa ya iluminaba su rostro antes que abriera sus ojos lilas. Levemente sus alas translúcidas, como las aguas del río que nunca duerme; comenzaban a desplegarse, a desear el vuelo.

Así transcurrieron soles y lunas, mientras aprendía a tornarse invisible. A levitar sin el uso de las alas; mientras se le revelaban los secretos de la magia; las leyes que regían a las hadas. Se le concedió el espíritu de las hadas alegres, las que no sabían de lágrimas. Un tiempo pleno de diversión, en perfecta armonía con la naturaleza. Era un hada, era magia. A sabiendas de que las hadas disfrutan de realizar travesuras con los humanos, tampoco se había encontrado con uno; y en cierto punto no le importaba demasiado, su diversión le bastaba. Pero nada ocurre por azar, o tal vez si.

Su espíritu aventurero, la llevaba a explorar lo desconocido, era su naturaleza. Y fue en una tarde en que el cielo estaba tan claro, que de cerrar los ojos hubiese pertenecido al firmamento. No era necesario desaparecer, solo bastaba cerrar los ojos. En silencio, se divertía intentando introducirse en una gota de rocío sin romperla. Ardua tarea, que no llegó a concretar, pues un sonido lejano la distrajo. La brisa le acercó una canción que jamás olvidaría, pues evocaba a las hadas. Quizás fue el llamado del destino, tal vez solo casualidad. Una voz tan dulce como nunca oyó era quien le obsequiaba esta melodía. La curiosidad pudo más que la premura, y como encantada fue marchando hacia el origen de la música.

No fue mucho el trayecto, pues sobre los tréboles que crecen siempre verde, observó una niña cantando. Así la conoció por vez primera, buscando un trébol de cuatro hojas y entonando una melodía. Niña morena, de cabello negro azabache; de ojos tan azules, que de ser de noche, iluminarían a su alrededor. Su edad, tal vez seis años, puesto que desconocía como medían el tiempo los humanos. Si, este era su primer encuentro con una persona, y sin haber tenido contacto alguno, lo disfrutaba desde la distancia, observando. Todo cambió en una fracción de segundos. La niña había hallado el tan preciado trébol, y en ese mismo instante pronunció.

- Acércate hada, yo creo en ti, te he visto.

Supo en ese momento, esta niña era especial y cambiaría su vida para siempre. Con mucho miedo y vergonzosamente se fue tornando visible. Se posó sobre la palma de la mano que aquella niña sostenía abierta y extendida, esperando. Sus ojos lilas, se encontraron con aquellos azules, y el temor se desvaneció. Se contemplaron, se descubrieron por largo tiempo, hasta que la niña hizo uso de su voz.

- Que bella eres, Bancis es mi nombre, y desearía saber el tuyo.

Ifis, que conocía perfectamente las leyes por las que se regían las hadas, tenía la seguridad de que al revelar su nombre corría el riesgo de pertenecer a quien lo supiera. Y no estaba dispuesta a ello. Entonces, su suave voz fue la que habló.

- No puedo revelarte mi nombre, mas llámame como tú lo desees.

La niña pensó, la miró de arriba hacia abajo, contempló su alrededor. Dibujó en su rostro una sonrisa, pues encontraba el nombre indicado.

- Pareces un trozo de cielo y así te llamaré. Serás Cielo para mí.

Las dos consintieron que era una buena elección y rieron hasta que no les quedó risa dentro. Ambas sabían, comenzaba una amistad que ni el tiempo habría de destruirla. Cada una reveló su historia. Bancis vivía del otro lado del río con sus padres; gustaba y le fascinaban los tréboles. Cada día iba en busca de ellos, con el solo anhelo de hallar el de cuatro hojas; y lo había encontrado. No poseía amigos, era solitaria por naturaleza. Tiempos de juegos y aventuras. Algo que Ifis conocía perfectamente. Se despidieron, sabiendo, pronto volverían a reencontrarse.

Transcurrieron muchas tardes en que hubo reencuentros, en que el vínculo que las unía se hacía más fuerte. Ifis le obsequiaba historias de hadas, le mostró la magia que era capaz de realizar; juntas vieron emerger luces de infinitos colores desde las flores. Juntas vieron el danzar de las gotas que traía la lluvia. Compartieron canciones y aprendieron a silbar. Fueron descubriendo el mundo que las rodeaba. Era un tiempo, en que de saberlo, apreciarían abrazar la felicidad. Era una amistad entre dos mundos distintos, en que nada se pedía y todo se ofrecía.

La nostalgia golpeó de frente a Ifis, e hizo volviera a la realidad; lágrimas en su mejilla le recordaban el porqué se encontraba allí. La tristeza y melancolía no eran tan dulces como la miel que gustaba saborear. No obstante una vez iniciado el camino, debía continuar hasta el fin. Por eso, decidió secar sus lágrimas, ahuyentar la tristeza momentáneamente y culminar su historia. Pues el árbol la oía mientras absorbía su dolor. Nuevamente el manojo de hierbas y el puñado de polvo esparcido por el aire, pero esta vez no era dorado y rojizo. Era negro, y ahí terminó de dibujarse lo que necesitaba decir.

Hubo muchos ocasos y otros tantos amaneceres en que todo transcurrió normal. Ifis y Bancis lograban que su amistad fuera sincera, pura. Una noche en que Cielo no conseguía conciliar el sueño, observó la luna y descubrió, poseía una mancha roja como una gota de sangre; un mal presagio tal vez.

A la mañana siguiente, partió en busca de un trébol de cuatro hojas para obsequiarlo a Bancis. Mientras llevaba a cabo su búsqueda, le llamó la atención una mariposa que volaba dando giros sobre el río que nunca duerme. Realizó un vuelo tenue manteniéndose a una misma altura; y de repente, como si sus alas se hubiesen fatigado del aleteo de toda su vida, cesaron de hacerlo. Cayendo en silencio, desplomándose suave; la abrazó el río; y las aguas acariciaron sus alas, pero ya su vida no volaba; un mal presagio.

Bancis no acudió ese día, ni tampoco los que vinieron. Cielo no dejó de acudir ni un solo día; y solo encontraba los tréboles que también esperaban. Comenzaba a saborear lo que era la ausencia, la tristeza; y la atormentaba el desconocer el motivo. Una tarde, en que los relámpagos anunciaban la visita de una tormenta, la encontró, buscando un trébol de cuatro hojas, pero esta vez, era la desesperación quien lo buscaba. Por primera vez, vio el rostro del dolor, descubrió lágrimas en los ojos de su amiga. El sufrimiento asfixiaba, su alma respiraba desdén. Cuando sus miradas se encontraron, supo sin palabras lo sucedido, su tormento; e hizo propio el dolor de su amiga.

Aquella pequeña que desbordaba de alegría, que le confió sus sueños; compañera de aventuras y descubrimientos. Abrazó a la niña, que hoy la vida golpeaba de lleno, haciéndola crecer por el dolor, conociendo el vacío, la ausencia, la desazón. Había visto partir a sus padres y cuánto dolía saber que no regresarían. Se marcharon sin aviso, sin obsequiarle una despedida. La muerte los sorprendió bajo el disfraz de un accidente. Sin solicitar permiso, inmutable, tomó sus vidas y partió. Legándole la desprotección, la soledad absoluta. Descubrió lo injusta que suele ser la vida, el miedo a su futuro incierto, el sufrimiento y la pérdida.

Sabía que ninguna de sus palabras habría de consolarla. Debía realizar hasta lo imposible, y aunque empeñara su propia vida en ello; sería un acto de amor. Sin dudarlo asumió las consecuencias y en ese instante se condenó. Decidió realizar lo que ninguna hada hubiese osado llevar a cabo. Efectuaría el conjuro prohibido. Era el único hechizo vedado por la ley de las hadas, y revestía casi la misma gravedad, que una de ellas contrajera matrimonio con un mortal. Aún así, era conciente de sus actos, ayudar a su amiga era lo único que importaba.

La niña permanecía de rodillas sobre el lecho de tréboles sin tener noción de lo que acontecía, aletargada en la pena. Entre tanto, Ifis preparaba lo necesario para efectuar el conjuro. Dibujó un círculo sobre el suelo, se elevó sobre el centro, extendió los brazos, y con la voz mas suave que jamás podrá alguien oír, pronunció.

- Yo, Ifis, hada de espíritu alegre,
Invoco a la última letra
La que no se pronuncia, la olvidada.
Yo, Ifis, hermana de la naturaleza,
Te solicita ordenes al tiempo
Retroceder diez soles y diez lunas.
Yo, Ifis, hada de espíritu alegre,
Invoco a la última letra
La que no se pronuncia, la olvidada.
Me conceda su magia.

Y sobre el suelo la dibujó.
El hechizo prohibido, una letra que sólo podía dibujarse. Tenía magia y podía realizar todo lo que se le solicitase, salvo influir directamente sobre la vida o muerte. Estaba negado su uso, e Ifis lo sabía. Tampoco estaba permitido intervenir en el curso del destino. Aún así, no lo dudó. El tiempo, no opuso resistencia alguna y comenzó a retroceder. Todo lo hecho se deshizo, todo lo transcurrido regresó hacia atrás, diez soles y diez lunas. Mismo lugar, diferente tiempo. Bancis, con la sonrisa y animosidad de siempre. Ifis, con la sonrisa de la tarea casi cumplida; y la congoja asomándose para encaminarla hacia su condena. Tenía la certeza de que ese era su último encuentro y se negaba a solo pensarlo.

Tomó las manos de la pequeña, ocultó sus lágrimas, y habló.

-Escucha amiga, no preguntes, pues no podré responderte, solo pido un gran favor. Esta noche, no permitas a tus padres marchar, confía en mí.

Bancis, oyó sorprendida el pedido de Cielo, pero asintió que algún motivo habría de tener. Y era tal la confianza en su amiga, que no dudó ni objetó su solicitud. Haría hasta lo imposible para llevarlo cabo.

Ya la tarde moría y era momento de despedirse. Tomó Ifis una lágrima que ya comenzaba a humedecer sus pupilas; moldeó una rosa con ella; y le susurró su nombre para que permaneciera dentro de la bella flor. Le obsequió a Bancis una rosa cristalina, hecha de magia, dolor y amor. Y antes de marchar le confió.

-Te obsequio esta rosa, amiga mía, en honor a nuestra amistad. Dentro de ella está grabado mi nombre, que solo develará una lágrima pura e inocente; y tal vez, obsequiará mi libertad.

Tomó Bancis el regalo, y marcho entre saltos y melodías, como un día más. Como si no hubiesen transcurrido diez soles y diez lunas. Tomó Ifis el recuerdo de su amiga, y marchó silenciosa. La esperaba el consejo de las hadas, la esperaba su condena.

Reunidas todas las hadas en silencio y entre lamentos, pues si bien Ifis había obrado por amor, no obstante había traicionado las leyes de las hadas. Así se la juzgó, por haber utilizado el encantamiento prohibido y cambiar el rumbo del destino. La sentencia, la más cruel, destinada y condenada al olvido.Mientras Ifis aceptaba el castigo, en algún lugar, Bancis evitaba que sus padres marcharan. Entonces, valía la pena. Su amiga no sabría el dolor que ocasionaba la pérdida.

El olvido mata lentamente y sin contemplación. Era momento de pagar su culpa. Bancis contemplaba las estrellas cuando se le hurtaron los recuerdos de Ifis, la había olvidado. No recordaría las hadas, ni todo lo vivido. Jamás se preguntó por que dejaron de agradarle los tréboles, ni por que nunca retornó a ellos. Pues no tenía recuerdos. Ifis ya despojada de su magia, marcho hacia su última morada, el árbol que sería su prisión.

Ifis descansó, le había contado su pena al árbol, agotada, durmió sobre las hojas que serían su lecho hasta que la muerte se apiadara de ella. Y el tiempo lentamente transcurrió. Mientras, la esperanza se desvanecía como la luz que irradiaba, como la luz que se apagaba. Jamás se arrepintió de sus actos, tenía aún sus recuerdos, que fue lo único de lo que no la despojaron. Llevaba a Bancis en su corazón, un bálsamo para tanto dolor.

Miles de ocasos y amaneceres los encontraron hermanados. Árbol y hada, uno angustiado, y el otro sosteniendo tanta amargura. Ifis, la del espíritu alegre, ya no tenía por qué sonreír. Ya no esperar nada, la sumía en el vacío. Tenía la certeza, de que su final estaba próximo, lo esperaba, ya abatida, ya redimida.

Transcurrieron más ocasos y amaneceres. Se habían sucedidos años. Bancis, antes niña de cabellos negros y ojos azules, era ya mujer. Su vida distaba mucho de la de Ifis. Sus sueños fueron cumplidos, poseía la compañía de sus padres, que jamás la habían abandonado. Una vida normal, con vaivenes, tristezas y alegrías. Pero nunca dejó de dar las gracias por lo que poseía. La vida nuevamente le obsequiaba un motivo para agradecer. Traería un hijo al mundo y sabía era una niña, lo presentía. Saboreaba lo que era la felicidad plena, y la emoción se vislumbraba en sus lágrimas. Se encontraba Bancis ordenando recuerdos, cuando en un cofre azul como sus ojos, halló durmiendo soles y lunas; una rosa de cristal. La tomó en sus manos, mas no logró recordar como había llegado a ella. No importaba, su pensamiento era ocupado por el amor que ofrecía un hijo. La vida en algún momento le había quitado la inocencia, la había hecho crecer. Inocencia que ya despertaba dentro de su ser, y la dejó escapar en llanto, emoción. Una lágrima cayó sobre la rosa dormida, que aún permanecía en sus manos. Una lágrima deshizo la rosa cristalina y grabó en su mano un nombre, Ifis. Había llegado el tiempo de redención, de culpas saldadas. Con la fuerza de un volcán, uno a uno, los recuerdos fueron emergiendo, pues yacían dormidos. Recordó los tréboles, recordó su niñez, recordó la magia de las hadas, recordó la danza de las gotas, las luces en las flores, recordó a su amiga. La rosa ya deshecha, le mostró el retroceso del tiempo, los diez soles y diez lunas; le mostró la condena de Cielo y su prisión. Bancis, lloró como jamás lo hizo, sintió culpa por el olvido, dolor por el destino de su amiga sacrificada. Marchó de prisa, hacia donde los tréboles crecen siempre verde, y con la celeridad que le otorgaba la angustia, por destino o por azar, halló un trébol de cuatro hojas, y entonces pronunció.

-Acércate Ifis, yo creo en ti, te he visto.El hada supo que su tan ansiada libertad había llegado, supo que su condena había terminado. Una lágrima inocente le otorgaba su ya olvidado deseo, la libertad. Aún así sintió todo el cansancio de una vida y lloró. Abrazó el árbol, que la cobijó, le agradeció por cada día y cada noche, por escuchar su pena y mitigar tanta soledad. Con un dejo de nostalgia, se despidió de él y marchó hacia su liberación. Sintió en todo sus ser, el retorno de la magia, podía volar, podía desaparecer. Su corazón galopaba, y la emoción la condujo hacia donde los tréboles crecen siempre verdes, hacia su amiga. Allí la encontró, arrodillada y con las manos extendidas.

Poco a poco fue tornándose visible, y se abrazaron en las miradas. Ninguna dijo palabra alguna, a pesar del tiempo, se reconocían, sus lágrimas ofrendaron gratitud, ofrendaron todo el amor relegado por el olvido. Ifis, sabía este era el reencuentro pendiente, para poder marchar en paz. Bancis también lo supo en sus ojos lilas. Pero esta vez, el recuerdo jamás se marcharía.Anochecía, pero la luz que irradiaba Ifis, iluminaba todo alrededor, comenzó a levitar sin agitar sus alas. Acarició el rostro de la mujer que volvía a ser niña, le susurró algo al oído y siguió subiendo. Una luz en lo alto, se mantuvo unos segundos y se dejó caer. Cayó serena, cayó sonriente; la abrazó el río, la luz se había extinguido.

Hay quienes dicen, las hadas no poseen alma, en cambio Bancis tenía la certeza. Ifis entregaba la suya por su amiga. La tomó en sus manos y así permaneció hasta el alba, en que un rayo de sol transformó el cuerpo sin vida de Ifis, en un jazmín del color del fuego, una llama que nunca se extinguiría. La colocó sobre las aguas del río, y la dejó partir. Ifis, un hada de espíritu alegre, pertenecía a la naturaleza y allí debía estar. Bancis conoció así el dolor. Marchó despacio, sin atreverse a mirar hacia atrás. Abrazó su vientre, traería una hija a la vida, e Ifis sería su nombre

lunes, 4 de enero de 2010

Nuevo encuentro en Ecocentro

El proximo 9 de Enero de 2010 a partir de las 18h., Carlos Villarrubia dirige y presenta un nuevo encuentro de creación afectiva: El Beso Que Te Adivina. Poetas, músicos, autores de todos los formatos, creadores plásticos, actores y actrices lanzarán susdescargas de imaginación con el hilo conductor de la palabra generativa de Carlos Villarrubia. Marisol Galdón, Ignacio del Valle, Ricardo Fernandez Moyano, Juan Carlos Valera, Cybil Durango, Montse Morata, Santiago Castillo, Juan Maquieria, Félix Ruiz de la Puerta, Ruben Ricca, Alejandra Menassa de Lucía, Jorge Pineda, Pedro Navarro, Cristina Ynfante, Vanessa Montfort, Federico Leyva, Ramón Alcaraz... serán algunos de los participantes en este carrusel creativo.

Será el 9 de Enero 2010 a las 18h. en Ecocentro (Madrid), C./Esquilache, 4 (Metro Ríos Rosas). Os esperamos para disfrutar de la concordia y la belleza del pensamiento emocionalmente activo.

El beso que te adivina es la luz que te conduce a sacar de ti lo mejor, a crecer en la mirada de quien verdaderamente te ama. El verdadero amor te quiere libre y como ser expansivo. Nunca admite murallas para el alma que respira. Es descubrir tu segunda piel, la que te eleva a la capacidad de ser decididamente afectivo, humedeciendo con licor de alegría los desiertos emocionales.
.

martes, 29 de diciembre de 2009

La Nada



El vacío errante de una sombra vagabunda, imperceptible y olvidada. Casi inerte. Invisible ante las miradas enceguecidas, de aquellos que no desean ver. Silenciosa, tocando acordes del mutismo. Solitaria, porque la soledad le fue impuesta. Intangible, como la penumbra que acecha y arremete. Así la describían y juzgaron, por su apariencia, sin conocerla. Para todos, la nada. Para nadie Noara.

Una muchacha de ojos negros, con el alma lacerada por la pena. Sus manos suaves como la brisa que acaricia. De cabello rojo amanecer y de piel tan blanca, casi rozando lo translúcido. De vestidos oscuros y pies desnudos. De atavíos tristes y pasos cansados. Deambulando senderos que la distanciaban de la aldea, en que vivía, a orillas del mar.

La playa la vio nacer y fue depositaria de sus lágrimas, cuando la muerte le arrebató sus padres y niñez. Legándole le primer encuentro con la tristeza, otorgándole su única compañía, la soledad. El tiempo le enseñó a ocultar su dolor, pues las heridas aún surcaban profundas. Era el mar quien bebía su llanto cuando la nostalgia navegaba a la deriva. Era el ocaso quien le ofrendaba la calma, en que la muerte del día, se llevaba por un instante, la nada.

Y cuando el alba despertaba, la encontraba ya vestida, en el cobijo de su humilde morada. Enredada entre pinceles y acuarelas, con los que pintaba anhelos dormidos, sobre pañuelos de seda. Solo los efímeros turistas, en cualquier época de año, eran quienes compraban su arte. Pues era esto, su único sustento.


Fue una tarde de algún día. En que una lluvia intensa anunciaba un temporal, y el mar se tornaba bravío. No tanto como su alma, en el que el sollozo del firmamento, se aunaba con el de los recuerdos. Necesitaba distraerse para que la ausencia no se hiciera presente. Fue hojeando las hojas de alguna revista y en cierto instante, se detuvo el tiempo.

Ahí, sobre un papel arrugado, casi añejo, despertaba a sus ojos la imagen de unos niños. Con miradas vacías, perdidas en el aire de la nada. Reconociendo la soledad que ella misma respiraba. La revista encuadraba un artículo sobre un centro oncológico y de cómo unos niños, padeciendo leucemia, se aferraban a la vida. Hablaba de medicinas nuevas, someterse a radiación y quimioterapia, de esperanzas de vida, mientras que la imagen de unos pequeños susurraba temores y necesidad de esperanza. Una lágrima rodó silenciosa, y ahuyentó la ausencia de la nada. Una lágrima besó su alma, y despertó a Noara. Mientras leía nuevamente el artículo, se deshizo de su soledad. Y comenzó a vestirse con la de esos niños que aún no conocía.

Tomó nota de una dirección que figuraba al pie de la foto. Encendió una vela por cada uno de ellos. Y comenzó a escribir una carta en el sosiego de la noche. Un papel blanco y una letra temblorosa la oyeron presentarse, temerosa de hablar de ella. Escribió de miedos y soledades, se remitió a ellos. Se despidió ansiando conocerlos y anhelando la tristeza fuera desvaneciendo. La firmó como esperanza, pues no era necesario su nombre. Y cuando la lluvia aún se confundía con las lágrimas, fue enviada.

Al cabo de unos días y sorprendiéndola de lleno, tocó a su puerta la respuesta. En un sobre verde estaba escrito su nombre y al dorso un remitente que guardaba en su memoria. Dentro yacían quince sobres, de aquellos que habían leído su carta. Y en agradecimiento le escribieron abriendo su alma y cerrando sus penas. Las leyó una y otra vez hasta que supo todo de ellos. Sus miedos, la desolación de contemplar la caída del cabello, los vómitos y las náuseas, el sabor que encierra cada medicina, la posibilidad que lega un transplante de medula. El aprender el significado del término cáncer. Descubrir los glóbulos blancos y leucocitos. Crecer de golpe, aceptando el destino, conviviendo con la enfermedad. Conservando la fe de un día cercano, encontrarse sanos. Conoció sus sueños y los escribió con acuarelas, sobre pañuelos de seda. Para protegerlos del olvido, y cuando fuera el momento echarlos a volar.

Desde entonces, por los días pintó anhelos dormidos. Y por las noches, encendió quince velas, entregando el alma en palabras. Les narró historias de sirenas y delfines. Contó cuentos de hadas, compartió sus sueños. Escribió todos los días, y jamás se quedó sin respuesta. Los consoló cuando el cansancio los abatía, los contempló pálidos y sin cabellos, empero siempre sonrientes. Les ofreció amor y compañía en su camino incierto. Les otorgó un poco de ella, un trozo de esperanza.


Así se sucedieron los años, y la vida la encontró ya anciana, con el cuerpo doblado de tanto cargar penas. Con sus pasos ya lentos, y sus manos otrora suaves, eran ya ahora temblorosas. El tiempo le hurtó el rojo amanecer de sus cabellos y a cambio se los pintó de blanco. El mismo tiempo ensombreció su vida, legándole la penumbra en su mirada. De las quince velas niñas, algunas extinguieron su flama, y aún con sufrimiento, se encendieron nuevas. Su corazón se fue doblegando por el dolor de la perdida, y respiro halos de alegría por los que transitaban.

Con el alma ya marchita y cansada de marchar, pudo ver en su penumbra el beso de la muerte. Cerró la puerta a la vida y sus pasos cargaron con ella en su último andar. El ocaso la encontró sobre la playa, vestida de blanco por vez primera. La noche la cubrió con su manto de estrellas, y la abrazó ya serena, ya dormida. Las olas se aquietaron y el mar se tronó calmo. De sus entrañas surgió silenciosa la paz eterna. Un cortejo de medusas danzaron a su paso, mientras la bruma le marcaba el camino. La mirada apagada de un alma herida, la esperaba desde antaño. La tomó en sus brazos, hundió sus manos en el suelo, y la arena se hizo prado. Acarició su rostro oculto en las arrugas. Engarzó en oro y plata una lágrima para que no fuera olvidada. La luna reflejó su piel translúcida, y encendió el brillo de luz que moraba en su alma. Aire, tierra, agua y fuego, le otorgaron el cristal donde depositaron su flama. Para que los delfines la sepultaran al final de las aguas, en que su luz jamás se extinguiría. La brisa elevó sueños pintados sobre pañuelos de seda, pues era este el momento, en el que iniciaran su vuelo. Silbó triste el canto de la despedida, y se refugió en los caracoles para esconder su lamento. El mar se erigió hasta los cielos y avanzó en la noche, arrojándose suave sobre la arena, para llevarse al olvido mismo la nada.

Cuando el remanso de las aguas reflejó el alba, un colibrí emergió de sus entrañas, con una lágrima engarzada en oro y plata, pendiendo de sus alas. Para todos la nada, para algunos la esperanza. Para nadie, Noara. La que ha recibido consuelo.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Carta de noches y errores

Misteriosos susurros arañan mi inquietud por ti, me atraen como sirenas a marineros desorientados, acaban con toda esperanza de mantener el control y devoran mi razón sin precedente alguno.
Como anhelo tus labios masticando mi lengua acida y corroída por el deseo. Intenta no quererme, intentos de una locura que nos hace cada vez mas cuerdos y mas consecuentes.
Tengo tu cuerpo sin ropa que me espera, me acaricia, me ama por una sola noche como ese cometa joven que no sabe cuando volverá. Yo tengo miedo de no saber lo que tú sabes, de mi poca experiencia de enamórame de ti.
En el mundo perdido nos encontramos y nos vaciamos de todo prejuicio cambiando las etapas más fogosas por el roce de una mano dulce como miel fresca.
Patino de pánico cuando mi saliva obscena, toca tu entrañas retorciéndote de placer en mi rostros que te desea cada segundo de existencia, como si ella no tuviera otro sino posible.
No es justo para ti, pero tal vez sea la única vez que nos amemos y luego pasaremos a ser translucidos recuerdos de sonrisas de media noche.
Amistad lo queremos llamar así, pero son dosis de amor lo que nuestros cuerpos buscan como adictos a la cocaína, ya que nuestra piel se desprende, para formar ese sueño que es imposible y nos habla con melancolía por que ya es un recuerdo.
Toma de mi lo que necesites y luego devuélveme rebobinado como me encontraste. Por instantes has sido tú, hasta que te vuelves a ir, después de dormir incómodos como en el paraíso. Y lo seguimos llamando amistad. Embusteros amantes desconsiderados con nosotros mismos, que nos amamos el uno al otro para no ver que no nos queremos a nosotros mismos.
Rotundos martillazos de realidad me hacen ver la vida y tú te vuelves a ir, otro día de amistad, otro día de nauseas por lo que será y por lo que nunca fue.
Deja que te mire con ojos nuevos y vírgenes. Eres una musa, lástima que ya haya pintado todos los cuadros de mi obra pero te dejaré para los últimos días de mi vida, cuando a nadie le interese lo que piensa un viejo moribundo.
Esta carta es para la amistad única, para el amor inmaduro, para los sueños y esperanzas rotos por el tiempo, para nuestros apoyos cuando nos caemos, para miles de besos en bocas jóvenes para sonrisas, para mí mismo y para ti. Gracias por ti.

domingo, 27 de diciembre de 2009

El lobo blanco

Este relato corto ha sido escrito por: José Carlos Carmona Barroso

Rusia es un país lleno de contrastes, con una historia importante y diversa, un país hermoso, pero como todos los países, su pasado tiene sus sombras, y la sombra de Rusia ha sido el comunismo, un sistema que hasta hace muy poco ha estado contaminando occidente, intentando suprimir la libertad de las personas por unas utopías de falsa igualdad social, y lo que es peor, en los países donde este régimen ha estado y esta, no solo ha causado coacciones contra las libertades individuales, si no también contra la propia vida de las personas.

En 1917 se termino con siglos de imperio zarista, la causa de esta situación es la falta de liderazgo y la mala gestión del último zar Nicolás II. Al principio la revolución tenia un fin liberal y democratizador, pero pronto perdería ese matiz para convertirse en el terror rojo que ha perseguido a la humanidad por mas de un siglo, al poco de estallar la revolución, los sectores comunistas y radicales liderados por Lenin y Trostky tomaron el poder del gobierno provisional, y sumieron a Rusia en una guerra civil entre los ejércitos rojos (marxistas) y el ejercito blanco, formado por varios sectores dispares que querían o bien detener esa salvaje revolución o bien reimplantar la monarquía. Este ejército contó con el apoyo del resto de potencias importantes de aquel momento, con monárquicos que querían reimplantar la monarquía zarista, y de liberales, este es el caso de nuestro protagonista, Denis.

Denis partencia a ese sector, el de los liberales, que querían una democracia liberal en Rusia, reimplantar la monarquía zarista, pero con condiciones. Una de ellas era la de traer la democracia y la representación parlamentaria a un país de arcaicas tradiciones. Un hombre que no pertenecía a las clases acomodadas, pero muy bien instruido y formado para la época, lo que le había llevado a realizar siempre trabajos liberales que le hicieron que nunca tuviese una situación precaria. Denis, era un hombre joven, honrado y feliz, alto, moreno, y con los rasgos típicos de un ruso, vivía en las propiedades de un importante aristócrata, el Conde Konstantain, hombre de avanzada edad, con un gran sentido de el honor y de la justicia. Denis era su administrador, pero su relación era más importante que un mero intercambio laboral, ya que ambos tenían una gran amistad. El Conde Konstantain le tenía una gran estima y confianza, tal vez porque veía en el, el hijo que perdió hace tantos años, su mujer la Condesa Olesya, era una mujer muy generosa y piadosa, es de ese tipo de personas que por muchas bofetadas que le den siempre pone la otra mejilla. Muy comprensiva, muchas veces demasiado comprensiva.

El matrimonio tenia dos hijas jóvenes, que se llevaban muy poca edad. Por un lado Polina, que era la mas joven y por lo tanto la mas consentida, aunque era algo malcriada, tenia muy buen corazón, y por otro su hermana mayor, Svetlana. Una muchacha guapa, rubia, con ojos azules, también era dulce y buena como un puñado de azúcar. Era la envidia de todos los bailes de la alta sociedad, todos los jóvenes aristócratas la pretendían y buscaban, pero ella siempre hacia caso omiso de cualquiera de ellos. Sus padres durante mucho tiempo no comprendían el por que su hija rechazaba tan buenos partidos, hombres tan jóvenes, apuestos y ricos. Pero lo que no sabían, era la relación de amor que había entre Svetlana y Denis. Al principio de descubrir esta relación los Condes se pusieron furiosos, el Conde pensaba que Denis se había estado aprovechando de su confianza para intentar engañar a su hija, y estuvo incluso a punto de despedirlo, pero rectificaron pronto, y después del primer impulsó, comprendieron y fueron descubriendo que el amor entre su hija mayor y el administrador era un amor puro, y cambiaron radicalmente de idea, se disculparon con Denis y fecharon la boda. El tiempo pasó, se casaron y al poco tiempo la pareja tuvo un niño. Por cierto, este hecho es de gran relevancia, ya que rompía con todos los esquemas de la alta sociedad rusa de la época, la existencia de matrimonios entre aristócratas y plebeyos eran prácticamente inexistentes.

Pero la coyuntura política fue complicando la situación, se dieron los primeros robos en los campos, y Denis con el apoyo de su suegro negociaba con los campesinos ciertos privilegios siempre y cuando no robasen a su suegro. Con la entrada de un gobierno liberal, Denis pensó que la situación estaba solucionada, pero nada fue como el pensaba, pronto los revolucionarios tomaron las riendas y una guerra civil se disparo. Pero gracias a Dios, la zona donde ellos vivían estaba dominada por el ejercito blanco.

Una mañana, estaba Denis paseando con el Conde Konstantain comentándole unos asuntos sobre finanzas, de repente le interrumpieron el sonido de unos disparos, y al poco tiempo pudieron ver como dos hombres mal heridos venían huyendo, tal era la desesperación de aquellos hombres que saltaron la verja y pudieron llegar hasta donde se encontraban ellos

Dadnos cobijo por favor, dicen que ustedes son buenas personas, no dejen que nos maten

Sois revolucionarios verdad
los dos hombres se quedaron callados
En fin, todos somos hijos de Dios, os asistirán y cuidaran hasta que os curéis

Aquella familia, oculto y cuido a aquellos dos hombres que estaban siendo perseguidos por el ejército blanco, uno de ellos se hacia llamar Stalin de apellido. Cuando se curaron, ambos no podían estar mas agradecidos a la familia de los Condes y prometieron devolverles el favor si alguna vez fuese necesario.

Las luchas continuaron, y el ejército blanco perdía terreno por aquellos lugares. La guerra cada vez la vivían mas de cerca, la sangre cada vez más, se podía oler desde la casa. Tanto fue así que la familia empezó a preocuparse por su seguridad y decidieron partir cuanto antes a la casa de unos familiares que tenían en Austria, pero cuando estaban preparándose para partir, el mal se anticipo a ellos.

Un pequeño regimiento de militares del ejército rojo llegó hasta la casa, el oficial que estaba al mando ordeno derribar la puerta. En ese momento el Conde Konstantain y Denis sabían que tenían que protegerse contra aquellos hombres, pero la servidumbre al ver a los soldados intento huir en vez de esperar las órdenes de los Condes. Persona que los militares encontraban a tiro, persona que mataban, algunos pudieron escaparse, pero otros fueron batidos a distancia como si de la caza del ciervo se tratase. Entonces el Conde Konstantain y Denis pensaron que era mejor dejarlos entrar mientras las mujeres y el niño escapaban por detrás. La técnica podría funcionar, ya que los soldados estarían centrados en ellos dos y cuando quisiesen darse cuanto las mujeres y el niño ya podrían estar a salvo en el destacamento del ejército blanco.

Las mujeres se prepararon en la puerta de atrás, y justo cuando escucharon que los soldados estaban entrando a la casa salieron por detrás y rápidamente cogieron un coche de caballos que había allí.

Los soldados sacaron de la casa al Conde Konstantin y a Denis. El oficial se disponía a leerle a ambos sus cargos, pero cual fue la sorpresa del Conde y de Denis cuando vieron que aquel oficial era el mismo hombre al que ayudaron meses antes, ¿como podía existir persona tan ruin, que pudiese asesinar a quienes lo salvaron?.

El oficial concluyo con que eran enemigos de clase, y estaban condenados a muerte por un tribunal revolucionario. Ambos vieron su final cerca, pero no les asustaba porque sabían que eran honrados y buenas personas, y que esa muerte iba a ser una injusticia. Pero estaban satisfechos de ver que las mujer y el niño se iban a poder salvar, estaban sacrificando su vida por la de las personas que mas amaban.

El oficial se acerco a los dos reos y pregunto
¿En esta familia no había tres mujeres?

Usted sabrá cuantas personas le ayudaron a salvar su vida, pero no podrá recordarlo, de ser así no estaría siendo tan vil de desalmado

El oficial responde al comentario del Conde dándole un fuerte puñetazo. El Conde cae fuertemente el suelo, hay que recordar que es un hombre de avanzada edad, Denis que ve este hecho con impotencia se apresura a socorrer a su suegro y le ayuda a incorporarse.

¿Por qué se ensaña con el?, búsqueme a mi que soy mas joven

No te preocupes, los dos moriréis pronto, como todos los de vuestra clase. Buscad inmediatamente a tres mujeres acomodadas, de aspecto contrarrevolucionario. Una de ellas es más mayor que las otras dos, no pueden estar lejos.

Después de escuchar esa orden, el Conde y Denis se quedaron muy preocupados, ambos deseaban con todas sus fuerzas que fuese demasiado tarde para poder interceptarlas, los minutos pasaban, y cada segundo era una terrible tortura para ellos, sabían que sus mujeres podían haber escapado, pero el miedo de que volviesen con ellas en cualquier momento los sobrecogía, los paralizaba de terror. Pasó la primera hora, y seguían allí de pie con el medio regimiento delante de ellos, pasó media hora más y todo parecía igual, ese tiempo estaba consumiéndolos en la llama de la desesperación. El oficial dio una orden

Soldados, visto que no se ha podido encontrar al resto de la familia, se procederá al fusilamiento de estos dos reos, formen filas

En ese justo momento se formo un pelotón justo delante de aquellos dos inocentes
Apunten

El silencio se podía respirar, esos segundos previos a la muerte eran angustiosos, el final estaba cerca. En ese momento una voz interrumpió la ejecución
Mi sargento traemos nuevas noticias. Traemos con nosotros a las tres mujeres

La noticia venia acompañada de los gritos de aquellas mujeres. Fue entonces cuando los dos hombres sabían el final que les iba a acontecer no solo a ellos si no a quienes más querían, sabían que su final iba a ser trágico, pero no pensaban que iba a ser aun peor. Los dos rápidamente intentaron escaparse de su posición y acercarse al oficial para intentar pedir piedad para sus mujeres, gritaban que ellas, no tenían que ver nada con ellos, que los matasen a ellos pero a ellas y al niño no. El niño por otro lado gritaba y gritaba, las mujeres lloraban de terror y el oficial y aquellos hombres cuanto más terror veían en sus victimas mas felices y satisfechos se les veía, como si se alimentasen del terror de sus victimas, con cada grito con cada gesto de terror ellos se crecían mas, se creían mas superiores. Redujeron a los dos hombres y los amarraron, el oficial dio permiso a los soldados para que violasen a las mujeres mientras los dos hombres, impotentes, tenían que presenciar aquella horrible escena

Soldados, antes de matarlos, vamos a divertirnos, demostradles a estas putas como somos los hombres revolucionarios, pero el primero que se va a llevar a la rubia soy yo, jajá jajá

Los dos hombres intentaban zafarse de sus grilletes y cuerdas, pero era imposible veían con impotencia como las mujeres intentaban huir, pero sin éxito rápidamente fueron reducidas por aquellos sádicos. El niño gritaba y como era incomodo para esos hombres, uno de ellos lo atravesó con un sable, prácticamente aquel niño fue desintegrado. Las tres mujeres gritaban e intentan escaparse mientras eran violadas varias veces por aquellos horribles hombres, los gritos y suplicas de ellas se mezclaban con las carcajadas y burlas de sus agresores. El Conde y Denis insultaban y gritaban a los soldados, la ira y la impotencia de no poder defender a sus mujeres los estaban quemando por dentro como si de fuego se tratase. Denis veía con mucha impotencia como aquellos soldados habían asesinado a su hijo y como aquél horrible hombre estaba violando a su esposa, mil cuchillos ardientes notaba que se le estaban clavando en el corazón. Cuando se cansaron de aquellas tres mujeres las dejaron tiradas en el suelo, las tres se encontraban muy débiles y maltratadas. Cuando el oficial mando soltar a los dos reos para fusilarlos, estos se abalanzaron con violencia hacia aquellos hombres. Uno de ellos atravesó el corazón del Conde con su sable y otro disparo a distancia contra Denis, dándole en el costado. Ambos cayeron en el suelo. Las mujeres ya sin lágrimas y sin fuerzas, gritaban de dolor, no solo físico, que también, si no también moral. Aquellos salvajes levantaron a las ya débiles mujeres. Fuerte y violentamente las empujaron contra una pared de la fachada de aquella casa, se preparo de nuevo el pelotón y esta vez si, un rió de pólvora impacto contra aquellas mujeres, la sangre tiño de rojo la pared y ventanas, un rió de sangre corría por el suelo mientras el ultimo halito de vida abandono a aquellas inocentes. Entre risas y burlas esos hombres celebraran la muerte de 6 almas puras. Con los uniformes y las manos llenas de sangre aquellos hombres se fueron con la alegría de haber matado a 6 enemigos de clase, pero también se fueron con la poca humanidad que les quedaba, humanidad que nunca tuvieron, al pensar que las personas son un mero trozo de carne andante.

Todo había terminado, la sangre y la muerte había inundado el remanso de paz y alegría en el que vivía esa familia, como le paso a tantas otras. Pero no todos murieron, Denis pasado bastante tiempo recobro el conocimiento y malherido y casi sin fuerzas por la sangre perdida vio con horror y desesperación la trágica escena. Todos a los que consideraba su familia yacían muertos, asesinados por esos viles demonios, el dolor le paralizaba, pero en consecuencia la sed de venganza le daba las fuerzas que le faltaban y juro vengar algún día la muerte de su familia.

Como pudo fue arrastrándose por los campos mientras una tormenta de nieve asolaba ese día, andaba y andaba sin encontrar a nadie, la sangre manchaba la nieve y dejaba el rastro de su caminar, exteriormente lo que mas le sangraba era el costado en el cual le habían disparado, pero interiormente lo que mas le estaba sangrando era el corazón y su alma, de ver como sangrienta y violentamente habían matado al amor de su vida, a su hijo y a los que consideraba casi sus padres. Anduvo y anduvo, hasta que el frió y la debilidad pudieron con el. Denis vio su final, prefirió dejarse matar por la nieve y unirse con sus seres queridos, por lo que se quedo inmóvil entre la fría nieve, esperando su ya ansiada muerte.